sábado, noviembre 03, 2007

La senda del recuerdo


Una voz inesperada me ha puesto en la senda del recuerdo y del pensamiento. Hoy me encuentro en una saludable ambivalencia o naturaleza de doble cara. Como el dios Jano. En un mundo antagónico, bipolar: un empresario las más de las veces con estrés, impaciente en el atasco, enloquecido por los ruidos madrileños, inmerso en la vorágine de los negocios, transformado por minutos en un peregrino del mundo del saber y de la literatura. Palabras mágicas que dan relevancia a mucho de lo que en nuestro entorno empresarial no lo tiene y que lo debería tener.

Este peregrinaje al mundo de las letras -que no de cambio- ha logrado resucitar lejanas y fuertes alianzas, de un lado con mi niñez y mi adolescencia y de otro con la pequeña o gran historia de mis orígenes.


La canícula agosteña es idónea para la evocación y el recuerdo. En Madrigal de la Vera, cierta mente generosa y sabia ha creado una naturaleza indómita, salvaje, seductora. En la lejanía, cimas colosales de roca dura y formas enigmáticas se elevan hasta el firmamento. Siglos atrás nos informan que estos picos eran cumbres blancas con nieves casi perpetuas. Hay valles callados en los que sólo rompe su silencio una música de esquilas y tierras fértiles nada ociosas ni holgazanas.

Los prados y pastizales de verdor perenne se extienden junto a castaños, robles melojos y nogales centenarios. Hay lugares mágicos con flores de azafrán, gencianas de turbera, dragoncillos, manzanilla y claveles de Gredos. En los bosques de misteriosas espesuras cohabitan rapaces diurnas y nocturnas como el milano negro, el águila culebrera, el alcotán, el buho real junto al mayor carroñero de la sierra, el buitre negro. Hay variadas y jugosas frutas como melocotones, camuesas, granadas, albérchigos, cermeñas, limones y naranjas con su perfumado azahar, inconfundibles todas con sus semejantes. A muchos de mi generación nos trae recuerdos infantiles y pesadumbre la sufrida y resignada lagartija serrana, de exigua longitud y dos tercios de cola, objetivo perverso de nuestras diabluras. Antaño tenía pavor de la víbora hocicuda, de la culebra bastarda o del lagarto verdinegro. Y entre los mamíferos me impresionaba el bello rostro del gato montés y observaba con atención a los dignos representantes de la abundante fauna verata como liebres, conejos perdices, zorros, jabalíes, ardillas rojas, ginetas y numerosos ratones minúsculos de campo.


Mis abuelos, sencillos y bondadosos, me contaban que en su infancia se oía aullar al lobo en las noches oscuras y gélidas del invierno. Pedro Tirado, alcalde del pueblo en 1791, ya manifestaba la crianza de un importante número de lobos que experimentaban ruina en los ganados. Años más tarde, en parajes próximos al Circo de Gredos, pude observar a los poderosos machos monteses a los que el propio alcalde también mencionaba a finales del siglo XVIII, desafiándose en la época de celo para dirimir la posesión de las hembras y en los altos riscos dominaba la majestuosa figura del águila real acompañada del cernícalo, el halcón peregrino y el buitre leonado. La brisa fresca siempre trae fragancias balsámicas de la sierra.

De esta naturaleza indómita me cautivan los colores vibrantes en la estación mágica del otoño. Las hojas visten a los árboles con deliciosos tonos amarillos, naranjas y rojos embriagadores antes de que su caída anuncie la llegada del invierno.

Toda esta fauna y flora verata está amenizada con la presencia de una gran variedad de pajarillos cantores: ruiseñores, herrerillos, pardillos, mitos, jilgueros, currucas, mirlos acuáticos, verderones y otras especies de sotos y riberas que con sus melodías alegran este fascinante rincón del mundo.