Blog de Cecilio Serrano Lorente. El título de este blog es una voz castiza española utilizada por el poeta español Fray Damián de Vegas en su libro de Poesías en el siglo XVI
sábado, enero 12, 2008
La gastronomía madrigaleña, el gusto por lo sencillo y natural
Nuestro límite con Ávila y Toledo ha influido en algunas de nuestras costumbres, en nuestro folklore, en nuestro habla y también en nuestra gastronomía. Aunque esencialmente nuestra cocina forma parte de la cultura gastronómica extremeña. La cocina extremeña ha tenido tres importantes centros culinarios a lo largo de la Edad Media: Guadalupe, Alcántara y Yuste. La cocina del Monasterio de Guadalupe núcleo central de sabores celestiales en la antiguedad, sin continuidad en los últimos siglos. Alcántara, sede de la Orden Militar a la que dio su nombre, donde estaba el Monasterio de los monjes Benitos que cocinaban exquisitos platos vinculados a la caza como faisán trufado, deliciosas perdices, refinado hígado de pato etc. y nuestro verato Monasterio de Yuste que desde que llegó Carlos V cambió las cultura gastronómica del Monasterio y de su entorno.
Pero Madrigal de la Vera como pueblo campesino y de pastoreo desarrolla una cocina sencilla con productos naturales de la tierra, la sierra, los huertos y las gargantas y ríos. El descubrimiento de América introdujo en nuestra cocina tres productos básicos: el pimiento, la patata y el tomate. Con el pimiento seco, origen del pimentón, se elaboran varios productos: las migas extremeñas, la chacinería de la matanza y otros, la patata fue básica para múltiples platos y el tomate para el gazpacho extremeño, ensaladas etc. Como campesinos nos alimentábamos fundamentalmente de la matanza anual del cerdo y como pastores al cuidado de cabras y ovejas tomábamos leche fresca de cabra recien ordeñada, queso fresco y algunos privilegiados, caldereta de cordero o cabrito en días festivos muy especiales. Inicialmente era una cocina humilde de supervivencia con pocos ingredientes acompañados siempre de ajo y laurel. En cada casa no faltaban cuatro o cinco gallinas que nos abastecían de huevos. El puchero de barro para el cocido diario y los morillos, el caldero para las migas, el mortero de madera para machar el ajo y posteriormente el almirez de bronce, el molinillo, las llares para colgar calderos y calentar el agua y las trébedes para colocar la sartén o el perol donde realizar los guisos eran útiles básicos de nuestra cocina familiar y tradicional. No faltaba la tinaja de barro con el agua para consumo y el socorrido botijo para la época estival.
El desayuno habitual era café torrefacto molido hecho en el puchero al amor de la lumbre con unas gotas de leche de cabra o vaca y las tradicionales migas con pimentón y torreznos o el tazón de café con azucar y pan "migao". En días festivos muy especiales el café o el chocolate se acompañaba de deliciosos churros que se compraban a la churrerra que los pregonaba por todo el pueblo. Yo gozaba en mi niñez de este privilegio, pues los churros los hacían y vendían mis abuelos maternos. En la fiesta patronal del Cristo de la Luz se tomaban los dulces tradicionales: perrunillas, mantecados, magdalenas o tirabuzones para acompañar el desayuno. En los días crudos del invierno se calentaban los músculos que soportaban el arado o la azada con una o dos copitas de aguardiente. A mitad de la mañana no faltaban en las alforjas de cada agricultor el tocino curado de la matanza, la morcilla de calabaza o el chorizo, la bota de vino, el queso de cabra y después de oveja, algún tomate y el pan de trigo o de centeno amasado en casa y cocido en la tahona de "tia" Fermina. La comida habitual durante todo el año, excepto en Semana Santa, era el cocido. Al caldo se le aderezaba con sopas de pan. Los fideos llegaron después. Los garbanzos se acompañaban principalmente con alguna patata y repollo. Se terminaba con el tocino, el relleno, la morcilla, el chorizo y la oreja de cerdo. De postre, las frutas de la tierra: sandía, melón, melocotón, peras u otras frutas tradicionales. En la cena se tomaban sopas con tomate o sopas con patatas. Algunas familias de origen toledano cenaban "gachas".
En Semana Santa, como era pecado comer carne, se suprimía el cocido, los embutidos y los dulces hechos con manteca de cerdo. En el desayuno se tomaba el café con pringadas fritas en aceite de oliva. La comida clásica era el potaje con espinacas, garbanzos, judías blancas y bacalao que no estaba al acceso de todos. Los huevos caseros y patatas fritas con aceite de oliva o tortilla de patatas eran platos excelentes. Como único pescado se consumían las sardinas enlatadas en aceite o secas denominadas arenques a las que había que eliminar las escamas golpeándolas entre el papel de estraza o algún pez de garganta o río: tencas, barbos, carpas o truchas. Era una época ideal para los golosos: de postre se comían natillas, flan de huevo o torrijas con leche o vino. En la fiesta de todos los Santos era tradicional el potaje de castañas. Mi abuela paterna lo hacía excelente. Se salía al campo a asarlas en la lata perforada. La castaña es muy apreciada desde antiguo, ya que por su contenido en féculas y azúcares tiene un importante valor nutritivo. En épocas de escasez era un alimento importante para los pobres. Las pilongas eran muy apreciadas.
En Nochebuena y Navidad, la familia que durante el año tenía medios económicos mataba el pollo, conejo o pavo que había engordado para estos días tan especiales en el corral de la casa o en el gallinero del campo. Con los hígados, riñones, asaduras y demás se hacía una sopa de menudillo que se tomaba de primer plato en los días festivos.
Hay otros platos tradicionales madrigaleños que saboreaba en la niñez y que durante la época adulta, por distintas circunstancias, no han tenido continuidad en mi dieta alimenticia: las "sopas canas" realizadas con leche y pan frito, la sopa de cachuela, las patatas "aliñás", hoy revolconas o machacadas, las carillas con tomate, las patatas guisadas con arroz, el arrope, los buñuelos, el "rin-ran" de verano etc..
La gastronomía madrigaleña es sencilla pero con sabor y nombre propio. Una cocina de tradición familiar con recetas de viva voz trasmitidas de generación en generación que afortunadamente los visitantes pueden degustar en alguno de los restaurantes del pueblo.
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