domingo, febrero 03, 2008

La recreación del Carnaval


Madrigal ha disfrutado hoy de la fiesta del Carnaval. Todo el pueblo estaba en la calle y participaba recreándose en el espectáculo público. Ha vuelto con fuerza el poder subversivo de los disfraces y las máscaras. En su elección y elaboración ha habido una gran dosis de creatividad y fantasía. Las comparsas con sus bailes, pantomimas y parodias musicales han transformado la calle en un gran escenario teatral de sátira y diversión. Actores de todas las edades que con su amplia gama de disfraces y maquillajes en variados colores y distintos personajes, héroes, villanos, princesas, indios, representaron magistralmente la divertida comedia del arte. El Carnaval, en sus orígenes, era una fiesta de diversión y desenfreno, hedonista y libertina.

La palabra carnaval tiene origen latino, carnem levare, ausencia o adios a las carnes en los días de Cuaresma. Aunque está vinculada al calendario cristiano, en la época romana se celebraban unas fiestas similares en honor de Baco, dios pagano del vino, denominadas "bacanales" o en honor de Saturno, dios de la siembra y la cosecha, denominadas "saturnalias". El uso de las máscaras se encontró en el antiguo Egipto y en Grecia. Pero el uso preciso de la careta o máscara en Carnaval apareció en el de Venecia como medio de alegría o como vehículo de ocultación, venganza o conspiración o como método que facilitaba los romances o amoríos. En el transcurso de los años cada país, región o pueblo ha implantado sus formas o ha impuesto diferentes estilos, costumbres o vestimentas.

En El Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, de 1330 ya se narra la pelea que hubo entre don Carnal con la Cuaresma. En la Edad Media el Carnaval ya tenía vida propia, era una fiesta atrevida. La comida tenía un gran importancia. Cuaresma era la dueña de los habitantes del mar, el arenque, la ballena, el esturión mientras D. Carnal imponía gran cantidad de tocino, lomos y jamones. Cuaresma y Carnal, grandes rivales y enemigos luchan por la vida y por la fiesta. Ambos son caras de una misma moneda. Cuaresma tiene un autoritario reinado de cuarenta días y el resto del año gobierna Carnal. A este último se le asociaba con el sexo y la lujuria mientras Cuaresma practicaba la abstinencia sexual. El poema del Arcipreste está lleno de alusiones eróticas. La equivalencia mesa-cama tenía un claro simbolismo sexual. El Carnaval es un gran himno a la vida y una tremenda lucha contra la muerte. Al final explota el dique de la sexualidad reprimida y el instinto natural se impone con fuerza. Caen los tabúes dietéticos y sexuales. La muerte biológica espera y da paso al apetito sexual. La reproducción hace inmortal a la especie humana por encima de las vidas individuales. Como Unamuno reivindica la exigencia de no morir del todo, vivir siempre en los otros. Lo que no es eterno no es real.

En el Renacimiento, el Carnaval es una auténtica subversión de lo sagrado y lo profano, lo culto y lo popular, lo serio y lo jocoso. En nuestro siglo XXI vivimos permanentemente en Carnaval. Con nuestras máscaras y disfraces diarios soñamos despiertos. Somos lo que escenificamos o idealizamos. Buscamos cada mañana un personaje con fantasía y magia propia que huya de la vida monótona y al llegar la noche nos encontramos con el misterio de la realidad. Pero no hay que desfallecer. Antonio Machado decía que en España hace falta un loco que intente la aventura. Un loco ejemplar. Aún podemos demostrar nuestro espíritu quijotesco.