sábado, diciembre 22, 2007

El recuerdo navideño de mi infancia


Mis mejores deseos de felicidad y alegría para todos los madrigaleños en cualquier sitio del mundo donde se encuentren rodeados de los seres más queridos. Que la Nochebuena, noche de Paz, sea el comienzo de un año 2008 lleno de éxitos. Que para todos se hagan realidad los mejores sueños. Anatole France decía que el porvenir es un lugar cómodo para colocar los sueños. Son tiempos de reflexión, de cierre de ejercicio y de planificación de nuevos proyectos, de renovadas ilusiones y de ansiadas esperanzas. Un proverbio japonés dice que es mejor viajar lleno de esperanza que llegar. Mientras dura el viaje pervive la esperanza. Pero en este viaje de ilusión hacia el futuro hay una evocación de nostalgia hacia el pasado. Todos recordamos a los seres queridos que no están temporalmente o a los que se fueron para siempre. Algunos nos rebelamos y gritamos sin comprender por qué tienen que irse para siempre los seres buenos que tanto nos quieren y a los que tanto queremos. En Navidades siempre vuelvo a los recuerdos de mi infancia en Madrigal.

Reaparecen especialmente con 7 u 8 años de edad, los días más crudos del invierno con las orejas, las manos y los dedos de los pies llenos de sabañones, en los que en el camino a la escuela, a la clase de D. Baldomero, iba rompiendo alegremente con mis botas katiuskas, recien compradas, los cristales de los charcos. Cuando pasaba por el horno de "tia" Fermina me quedaba pegado a la ventana para aspirar el olor a pan reciente y el delicioso aroma de las perrunillas, las magdalenas y los mantecados permaneciendo un rato más hasta que recibía en mi cara el agradable aire caliente que aliviaba mis heladas mejillas. Entonces hacía frío en Madrigal. D. Baldomero, al que recuerdo especialmente por su inmensa calvicie y su prominente abdomen, nos aplicaba como castigo un duro golpe en la palma de la mano con la regla o nos mandaba tirar de una cuerda anudada a una caña de bambú sujeta a una columna que con un plumero de papel en el vértice y un movimiento de sube y baja evitaba que las moscas le picaran en la calva . Nosotros, en nuestra ingenua infancia, pensábamos que untándonos las manos con ajos porros aliviábamos el dolor y los más optimistas incluso esperaban que la regla se partiera al golpear en las pestilentes manos. La dureza del golpe inmisericorde producía una aguda marca roja y originaba un intenso dolor en la palma de la mano. De inmediato, unas lágrimas de angustia y rabia contenida asomaban en mi rostro cuando era golpeado mientras los demás seguían cantando la tabla de multiplicar. En momentos como éste me consolaba recordando con añoranza la estancia en la escuela de párvulos de "tia" Severa. Los vecinos adultos la llamaban la escuela de los "cagones". Allí las dificultades y los errores se superaban con afecto y mucho cariño. Cuando mi primo Felix "Cuca" y Rafa "El Molinero"- a todos nos había puesto un mote- protegidos del maestro, empezaban a mitad de la mañana a repartir la leche en polvo y el queso amarillo de bola que nos regalaban los americanos aún tenía los ojos rojos y humedecidos de lágrimas. El bote con asa que utilizábamos diariamente como taza para beber la leche que había hecho "tio" Ufe dejaba el fondo de éste lleno de grumos a los que nosotros denominábamos "drugos". D. Teófilo, el otro maestro, era totalmente opuesto a D. Baldomero. Físicamente muy delgado, con gafas de intelectual y abundante cabello, entregado, cariñoso, pedagogo y gran educador. Sentíamos envidia de los que iban a su clase pues de él sólo nos contaban cosas buenas.

A la salida de la escuela los primos y amigos íbamos a pedir el aguinaldo. Con una pequeña pandereta, una rústica zambomba hecha por mi abuelo Blázquez con piel de conejo y madera, una botella vacía de anís estriada y una cuchara, dos tapas de cazuela y un caldero empezábamos con el canto tradicional: "Deme el aguinaldo señora por Dios que venimos cuatro y entraremos dos". Unos céntimos y excepcionalmente alguna peseta para comprar castañas pilongas o algún caramelo alegraba nuestra Nochebuena. Al caer la noche se oían por las calles los villancicos de otros grupos: "25 de diciembre fun, fun, fun.." "Pero mira como beben los peces en el río". "Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad saca la bota María que me voy a emborrachar". "Nochebuena, Nochebuena buena me la dio mi madre que empezó por el más chico y acabó por el más grande". A las doce de la noche, tras la sencilla cena, sonaban las campanas de la torre y D. Martín nos convocaba a la misa del Gallo. El sueño se apoderaba de mí en la iglesia, antes de que el cura dijera en latín el "Ite, misa est". Me despertaba con el último villancico: "Ay del chiquirritín chiquirriquitín metidito entre pajas. Ay del chiquirritín chiquirriquitín queridin, queridito del alma. Entre un buey y una mula Dios ha nacido y en un pobre pesebre lo han recogido". Al terminar la misa nos acercábamos a ver el nacimiento. Y de la mano de mi madre y de mi divertida abuela Sofía, volvíamos a nuestro humilde hogar.