viernes, octubre 07, 2011

Pregón del Cristo de 2011

Cuelgo en la red el excelente Pregón popular de las fiestas del Cristo de mi tierra ofrecido por un paisano y gran amigo, Eusebio Vaquero Rubio, catedrático de Historia. Aunque  se dirige a los madrigaleños y es íntimo, profundo, vital y sentido, lo envío "urbi et orbi" porque Madrigal y la Vera de Plasencia son también universales.



Señor Alcalde, señores Concejales, queridos paisanos:

De pequeño escuché muchas veces al pregonero Pedro y al alguacil Mariano el clásico “De orden del Sr. Alcalde, se hace saber…” tras un sonoro y monocorde toque con la pita de cobre reluciente. Pues lo mismo digo. El Sr. Alcalde me pide que pregone las fiestas del Cristo en este año del Señor 2011. El encargo es un honor y así lo reconozco. Es mi segundo pregón del Cristo después de 28 años. Lo hago con la misma emoción y, si cabe, con mayor sentimiento que en 1983. Tenéis el mejor saludo y los mayores deseos de felicidad de este pregonero que, además de paisano, quiere ser vuestro amigo.

El espíritu del Cristo late por doquier en esta noche casi equinoccial, transparente y de luna llena. En esta plaza, hoy urbanizada casi como un pequeño anfiteatro que aprovecha el desnivel, un flash-back emocional y nostálgico me traslada a la infancia porque son muchos los recuerdos que me asaltan en cascada.

Nací a escasos diez metros de esta plaza Cervantes, entonces la Puerta la Escuela. En Madrigal me tocó vivir mis primeros años; por ello quiero testimoniar el enorme respeto y admiración que siento por los madrigaleños, ya que todos sin excepción son mi familia porque fueron ellos los que me cuidaron y me protegieron cuando era pequeño, los que me enseñaron y con los que me eduqué. En los destartalados edificios que hacían de Escuelas Nacionales Unitarias aprendí a leer y escribir. Nunca olvidaré a aquellos abnegados y magníficos maestros, dignos herederos de la Institución Libre de Enseñanza de la II República, que se entregaban en cuerpo y alma a su oficio de enseñantes en aquella España de plomo que siguió a la Guerra Incivil. Si cierro los ojos, creería ver a Don Teófilo y a Don José de la Calle que, antes de entrar al aula, no acaban de ponerse de acuerdo si el paseo de esta semana es a la Piedrapipa, a la Fábrica de la Luz o al Cerro la Puente. En el recreo se complementaba nuestra alimentación con leche y queso americanos. Tras la clase de la tarde los muchachos jugábamos interminables partidos de fútbol en una de las dos calles empedradas que rodeaban a las Escuelas o en esta misma plaza, entonces desvencijada por las herraduras de los animales, el paso de los carros y las arroyadas de la lluvia; con frecuencia la pelota salía disparada hacia los balcones y tejados; tío Evencio, tío Casiano y tío Salvador juraban en arameo cuando se rompían cristales o tejas, pero sus respectivas mujeres, con una sonrisa comprensiva, nos devolvían la pelota encajada. Mis compañeros Vita, Andrés García “Mordisco”, Donato Plaza, Juli “Finca”, Poldo, Deme “Criba” Ferreiro, Pedro “Zapatero”, Nico y tantos otros pueden dar fe de ello. Mi afición al cine también nació en esta plaza, ya que aquí ví mis primeras películas en baile de tía Marta.

En la ruleta de la vida, que es muy caprichosa y da vueltas y más vueltas sin dejar de girar, a mí me tocó ser profesor. Como bien se sabe, sobre la enseñanza discurren tantos ríos de tinta que yo sólo diré que, a pesar de los tiempos que corren y de cómo se enfatiza lo negativo, la profesión de enseñante es única y maravillosa y, por ello, envidiable. Es un misterio y, en verdad, es magia. En el aula el profesor inicia, ríe, se desanima, se vuelve a animar, reprende, abre caminos, se enfada, se alegra, se sorprende y aprende. El profesor trabaja con la mejor materia posible, el hombre, y de éste con el espíritu. El enseñante es un artista que a diario interpreta el papel que Miguel Ángel otorgara al Creador en el techo de la Capilla Sixtina: el chispazo del espíritu. ¿Puede haber una profesión como ésta?


Pero pongamos punto final a la nostalgia. Vivamos el presente en este fin de semana y ocupémosnos –como nos recomienda el Ayuntamiento para celebrar al santo y milagrero patrón– en que las calles de Madrigal se llenen de la alegría desbordante de una fiesta de la que nos sentimos orgullosos. Porque ciertamente es un privilegio haber nacido aquí, en Madrigal, en la raya de Extremadura con las dos Castillas. Madrigaleños, en lo que se me alcanza, la fe habita en el vientre de Madrigal; sois vosotros quienes honráis al Cristo de la Luz como éste se merece y, por ello, la felicidad aletea muy cerca de todos.

El Cristo forma parte del ADN de Madrigal. Tiene algo de fiesta mágica y totémica porque acaso hunde sus raíces en los siglos. Sin duda el Cristo es siempre una maravillosa carta: una carta al pasado, al presente y al futuro.

Una carta al pasado: porque ¿quién, en fechas tan entrañables, no recuerda a sus familiares que también un día soñaron, imaginaron, pisaron y amaron estos paisajes tan limitados y tan engrandecidos? La fiesta, con su alegría, abre por un día el cielo para deleite de los que desde allí nos miran. Me refiero a nuestros antepasados, los mismos que ya festejaron sus Cristos.

Una carta al presente: porque, basta con mirar a los ojos de los madrigaleños para comprobar que estos días de fiesta son una posibilidad intacta y contagiosa en la que vivimos buscándonos, buscándonos sin más. Y eso es todo. Nunca se discute lo indiscutible: las personas se buscan y se encuentran en Madrigal, el espacio natural para sentirnos queridos, madurar como personas y ser felices. En una inscripción del Museo Antropológico de México se lee: “Estos toltecas eran ciertamente sabios. Solían dialogar con su propio corazón”. Sustituyan toltecas por madrigaleños. Los recuerdos del Cristo, de contarse, no parecen terminar nunca, acaso porque no dejan de seguir sucediendo. Así ocurre con los ritos de esta fiesta, con sus plegarias y salmodias que siguen en activo porque el ruido de las cosas no se extingue, queda para siempre en la memoria. Estamos hechos de sueños y los sueños están hechos de nosotros porque la vida y los sueños son hojas de un mismo árbol.

Una carta al futuro: porque Madrigal es un jardín, un inmenso jardín que se extiende desde el Collado de la Batalla hasta el Tiétar y desde Alardos hasta Minchones. Por ello, creo que habría que modificar ligeramente aquella bella canción: “Cuando Dios hizo el edén… no pensó en América, pensó en Madrigal” porque cuando Dios bajó a la tierra, pasó por estos sotos sin presura y nadie duda de la sabiduría divina que tantas gracias y bondades derramó en el edén de La Vera, cuya puerta se abre en Madrigal. Madrigal es un paraíso y a los paraísos no hay que ponerlos apellidos; son paraísos y ya está y que los disfrute quien quiera: qué importa la condición de quien come en la mesa de al lado en el restaurante, quién pasea por las mismas y estrechas calles, quién recorre el camino del Puente Viejo para darse un baño en la garganta, quién sube por la cuesta de los Naranjos hacia la iglesia.




El runrún del Cristo se enrosca en las columnas del tercer fin de semana de septiembre y da vida a Madrigal, pero el pueblo siempre ofrece unas vistas que abruman porque no dejan nada que desear, nada que imaginar. Todo cuanto el poeta y el pintor pueden soñar, la naturaleza lo ha creado en Madrigal. Término reducido pero conjunto inmenso, detalles infinitos, variedad inagotable, formas rotundas, siluetas recortadas, valles profundos. Todo está aquí y el arte no puede añadir nada. Madrigal es llano y montañoso, antiguo y moderno, agrícola y pastoril, donde se pueden recorrer una y mil rutas de senderismo, usar variadas opciones para el chapuzón en Cardenillo, Negro, Rubioso, Caldera y tantas, tantas otras pozas, comer a la sombra de un puente romano, contemplar cielos reventones de estrellas o, simplemente, extasiarse con los bancales para descubrir que la mano del hombre a veces hermosea el paisaje que le da de comer aunque, en realidad, parecen escaleras para alcanzar el cielo.

En Madrigal todos tenemos nuestra propia máquina del tiempo: los recuerdos son el pasado; el futuro, los sueños. Por ello, os pido una cosa: abrid bien los ojos al milagro diario de la imaginación y aguzad el oído. El sábado, tras los rezos del último día de novena, la luna llena, varada en una esquina de la noche pero más despierta que nunca por el estampido de los cohetes y el estruendo de carcasas, tracas y demás artilugios de los fuegos artificiales que, al alimón, regalan Ayuntamiento y Cofradía, la luna llena, digo, va salir de ronda “de calle en calle, de plaza en plaza, a contemplar…”, y seguramente que lo hará por el Cachonero, la Lanchuela, los Molinos y esta Puerta la Escuela para refrescar su garganta en la fuente de los Seis Caños; el cortejo recorrerá luego el Parral y la Plaza Vieja; bajará al Pago y visitará los Cuatro Caminos y el Lejío antes de retirarse por la Vuelta de las Campanas, cuando se enciendan ya las luces del alba y los gallos saluden al domingo de Cristo, porque, como cantaría mi amigo Rufo Herradura, “sólo le falta un cachito, la luna se va a poner, sólo le falta un cachito…”.

Madrigal hipnotiza, huele a tomillo y romero, sonríe, atrae y hasta respira por sus gentes Está claro que Madrigal siempre es un paradigma:

• Hay lugares en los que se puede escuchar el ruido del silencio y de la naturaleza salvaje… Como Madrigal.

• Hay lugares en que se escucha el canto del jilguero por la mañana y el “mortero” de la cigüeña por la tarde… Como Madrigal.

• Hay lugares con una bella escenografía pétrea diseñada por la naturaleza con peñascos que rozan las nubes y rocas que arañan el cielo… Como Madrigal.

• Hay lugares donde se admira y valora la amistad… Como Madrigal.

• Hay lugares con abundancia de agua y que se abren al turismo ofreciendo una garganta hermosa, natural, limpia, grande, abierta y gratis para que niños y mayores se rebocen y se diviertan y se cansen y nosotros con ellos… Como Madrigal.

• Hay lugares en los que merece la pena pasear… Como Madrigal.

• Hay lugares donde, a la hora del crepúsculo, se puede contemplar una puesta de sol encendido en llamaradas en un horizonte tan formidable que parece que el disco solar se desmaya en un baile final teñido de los rojos soñados por Tiziano… Como Madrigal.

• Hay lugares en los que está permitido soñar… Como Madrigal.

• ¡Ah! Hay lugares donde vive gente amable, gente trabajadora, gente noble, gente discreta, gente rigurosa y bienintencionada; gente esencialmente buena, gente a la que ni se puede, ni se debe, ni se quiere olvidar, gente como tú y como yo, gente que se siente orgullosa de sus tradiciones, y que cada año enarbola el estandarte del Cristo… Como Madrigal.

Madrigal hay que vivirlo, hay que comerlo, hay que soñarlo. Lo mismo que a sus gentes. El contacto con las calles y con las personas que caminan por ellas es la clave para poder meterse en la piel de Madrigal.

A este pueblo llegué en 1945. Recuerdo que no pensé ¡qué pueblo tan encantador! ¡Qué va! Pensé: de este pueblo me puedo enamorar yo. Y en esos amores sigo.

El alcalde me recuerda que en estos días del Cristo lo que toca es divertirse. Vamos a hacerle caso.

¡Viva el Cristo de la Luz! ¡Viva Madrigal!