He leído una noticia en la revista británica Nature sobre el instinto y sentido de orientación de las palomas mensajeras por la que siempre había sentido una cierta curiosidad. Hace muchos años tenía un amigo valenciano de los que se quedan en el camino tras fenecer nuestra estrecha amistad, que en la terraza de su casa tenía un palomar de más de 150 mensajeras con las que realizaba "competiciones de vuelos" a nivel nacional e internacional. Pertenecía a la Real Federación Colombófila Española.
Con alguna frecuencia, cuando salía de viaje en coche a cualquier lugar de España, me facilitaba en una caja de cartón 8 o 10 palomas mensajeras que guardaba en el maletero del vehículo. Una vez llegaba al lugar de destino, de día o de noche, abría la caja, soltaba las palomas e iniciaba mi rutinaria observación. No tengo referencias de los metros de altura pero cuando las soltaba a la luz de un día claro, iniciaban raudas el vuelo, y observaba que el bando completo se juntaba sobre la vertical de mi posición, volaba durante unos minutos en círculo, daba tres o cuatro vueltas y, como ejército en formación, iniciaba una trayectoria norte, sur, este u oeste y desaparecía de mi vista. Al día siguiente, llamaba a mi amigo el colombófilo, y dependiendo de la distancia, habían regresado todas o casi todas las palomas. Han pasado años pero creo recordar que el máximo de pérdidas nunca pasaba de dos.
Reconozco, sin ambages, que no tengo buen sentido de la orientación especialmente en la noche cuando estoy en una ciudad desconocida o cuando tengo que buscar mi coche en un gran aparcamiento urbano o aeroportuario. Por esto, si cabe, me resulta más atractiva esta noticia por si es aplicable a algunas de mis carencias neurológicas. Parece que, hasta ahora, la hipótesis de la comunidad científica era que los pájaros, en general, se orientaban gracias al campo magnético (magnetorecepción) que se situaba bajo la piel que recubre la parte superior del pico de los pájaros. Según esta idea, las células nerviosas contenían pequeños cristales de magnetita, un óxido de hierro que explicaría la sensibilidad magnética.
El nuevo estudio en Nature realizado por David Keays y colegas del Instituto de Patología Molecular de Viena parece excluir la anterior hipótesis. Manifiestan que las células ricas en hierro de los picos de las palomas son en realidad macrofagias y no neuronas o células nerviosas. Los científicos dan por hecho que todos sabemos lo que son las macrofagias, una palabra de origen griego compuesta por (makros = grande y phagein = comer). La macrofagia se produce en los animales que realizan de forma activa la selección y la captura del alimento, en el caso de las palomas con las patas y el pico. Estos animales “devoran” o fagocitan el material celular y se encaminan hacia el correspondiente órgano donde regeneran las células de ese órgano. Las macrofagias son partes esenciales del sistema inmunitario y ayudan a destruir partículas extrañas, bacterias y otras células. Los investigadores han utilizado el IRM y el escaner para realizar una cartografía de las células ricas en hierro de la parte superior del pico de las palomas mensajeras. Así se expresan: Una variación inesperada en su distribución y número, observación incompatible con una función en la sensibilidad magnética. El equipo de Viena ha demostrado que los depósitos de hierro en el pico de las palomas no eran cristalinos sino depósitos orgánicos y que este hierro no pertenecía a las neuronas sino a las macrofagias, explica Hervé Cadiou, del CNRS, que ha participado en el estudio. El propio Hervé manifiesta: Hay muchas pruebas para afirmar que la paloma tiene un verdadero sistema de navegación en la cabeza, como un GPS: es capaz de de registrar valores del campo magnético pero igualmente localizaciones visuales e índices olfativos.
Posiblemente yo tenga bajas las macrofagias y deba recurrir más que otros al GPS electrónico ante la falta del GPS natural. Sin embargo mis índices olfativos son excelentes y en lugar de paloma mensajera me identifique más con los perros de inspección.