sábado, abril 11, 2009

Madrigal, un poema de amor


Entre los géneros menores de la poesía lírica se encuentra el "madrigal" que según el diccionario de la RAE es un: Poema breve, generalmente de tema amoroso, en que se combinan versos de siete y de once sílabas. Esta combinación métrica se denomina silva. La rima puede ser asonante o consonante, incluso con versos libres. En Semana Santa, en recuerdo a mi lugar de nacimiento, Madrigal de la Vera, y como homenaje a todos los madrigaleños que son, han sido y serán, y a los que gozan con los poemas amorosos, voy a reproducir un elenco de algunos de los mejores madrigales de la literatura empezando por el primero que aprendí y todavía recuerdo del poeta sevillano Gutierre de Cetina (1520-1560) que se lo dedicó a una hermosa joven, Laura Gonzaga:

Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.


El poeta mejicano Amado Nervo (1870-1919) tiene otro bellísimo:

Por tus ojos verdes yo me perdería,
sirena de aquellas que Ulises, sagaz,
amaba y temía.
Por tus ojos verdes yo me perdería.

Por tus ojos verdes en lo que, fugaz,
brillar suele, a veces, la melancolía;
por tus ojos verdes tan llenos de paz,
misteriosos como la esperanza mía;
por tus ojos verdes, conjuro eficaz,
yo me salvaría.


Federico García Lorca (1898-1936) nos ha dejado un Madrigal Apasionado:

Quisiera estar
en tus labios

para apagarme en la nieve
de tus dientes.
Quisiera estar en
tu pecho

para en sangre deshacerme.
Quisiera en tu cabellera
de oro
soñar para siempre.

Que tu corazón se hiciera
tumba del mío doliente.
Que tu
carne sea mi carne,

que mi frente sea tu frente.
Quisiera que toda mi alma
entrara en tu cuerpo breve

y ser yo tu pensamiento
y ser yo tu blanco veste.
Para hacer
que te enamores

de mí con pasión tan fuerte
que te consumas buscándome
sin
que jamás ya me encuentres.

Para que vayas gritando
mi nombre hacia los ponientes,
preguntando por mí al agua,

bebiendo triste las hieles
que antes dejó en el camino
mi
corazón al quererte.

Y yo mientras iré dentro
de tu cuerpo dulce y débil,
siendo
yo, mujer, tú misma,

y estando en ti para siempre,
mientras tú en vano me buscas
desde Oriente a Occidente,

hasta que al fin nos quemara
la llama gris de la muerte.


El poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) nos ha transmitido un Madrigal escrito en invierno:

En el fondo del mar profundo,
en la noche de largas listas,
como un caballo cruza corriendo
tu callado callado nombre.

Alójame en tu espalda, ay, refúgiame,
aparéceme en tu espejo, de pronto,
sobre la hoja solitaria, nocturna,
brotando de lo oscuro, detrás de ti.

Flor de la dulce luz completa,
acúdeme tu boca de besos,
violenta de separaciones,
determinada y fina boca.

Ahora bien, en lo largo y largo,
de olvido a olvido residen conmigo
los rieles, el grito de la lluvia:
lo que la oscura noche preserva.

Acógeme en la tarde de hilo,
cuando al anochecer trabaja
su vestuario y palpita en el cielo
una estrella llena de viento.

Acércame tu ausencia hasta el fondo,
pesadamente, tapándote los ojos,
crúzame tu existencia, suponiendo
que mi corazón está destruido.


El gran vate nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) nos ha dibujado un Madrigal Exaltado:

A Mademoiselle Villagrán

¡Dies irae, dies illa!
¡Solvet seclum in favilla
cuando quema esa pupila!

La tierra se vuelve loca,
el cielo a la tierra invoca
cuando sonríe esa boca.

Tiemblan los lirios tempranos
y los árboles lozanos
al contacto de esas manos.

El bosque se encuentra estrecho
al egipán en acecho
cuando respira ese pecho.

Sobre los senderos, es
como una fiesta, después
que se han sentido esos pies.

Y el Sol, sultán de orgullosas
rosas, dice a sus hermosas
cuando en primavera están:

¡Rosas, rosas, dadme rosas
para Adela Villagrán!


Antonio Machado (1875-1939) nos ha legado la Elegía de un Madrigal:

Recuerdo que una tarde de soledad y hastío,
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del cristal!
¡Oh el alma sin amores que el Universo copia
con un irremediable bostezo universal!

Quiso el poeta recordar a solas,
las ondas bien amadas, la luz de los cabellos
que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó… La letra mata: no se acordaba de ellos…
Y un día ?como tantos?, al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se abría,
brotó como una llama la luz de los cabellos
que él en sus madrigales llamaba rubias olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron ellos…
Y se alejó en silencio para llorar a solas.


El poeta extremeño, José de Espronceda (1808-1842) tiene un breve y romántico Madrigal:

Son tus labios un rubí
partido por gala en dos,
arrancado para ti
de la corona de un dios.


El lírico francés Pierre de Ronsard (1524-1585) ha escrito un hermoso y sugerente Madrigal:

¡Que se rompa el espejo en que se mira
llenándose de orgullo tu hermosura!
Cuando me vuelvas a mirar con ira
ya no es tan bella, oh niña, tu figura.

¡Cuánto hace que por ti mi alma suspira!
¿Y mi anhelo, mi fe, mi pasión pura
no lograrán que a quien por ti delira
te muestres algún día menos dura?

¿Crees que durará tu primavera?
¡Pasará! Pasará cual languidece
en el jardín efímera la rosa.

¡No volverá la juventud ligera!
Coge ávida el placer que ella te ofrece
y sin amar no mueras, niña hermosa.


El ceutí, Luis López Anglada (1919-2007) nos hace disfrutar con un delicioso Madrigal:

Desde esta mañana, amor,
la rosa será más rosa
y más vivo el ruiseñor.

¡Y tú sin saberlo, amor!

La fuente mucho más clara
mojándome de alegría
con agua fresca la cara.

Y el cielo, desde hoy, azul,
y, dentro del cielo, dios…

¡Y tú sin saberlo amor!


Leopoldo Panero (1909-1962) ha creado un excelente Madrigal Lento:

Te haces al deshacerte más hermosa,
lo mismo que en la nieve derretida,
bajo su tersa limpidez dormida,
el tiempo, vuelto espíritu, reposa.

Te haces tan dulcemente tenebrosa,
lago de mi montaña ensombrecida,
que en tu quietud recoges hoy mi vida;
mi ayer que a mi mañana se desposa.

Igual que ayer cantaba a mi montaña,
hoy a ti, mi honda paz, mi nieve viva,
mi muerte atesorada en la costumbre

canto, mientras tu tiempo te acompaña,
oh, clara compañera fugitiva,
hacia el desnudo mar desde la cumbre.


El "madrigal", como poesía lírica toma su nombre de la lira con la que se acompañaban algunos cantos y expresa los sentimientos más profundos del alma. Trata de dar forma o expresión a las impresiones o emociones más íntimas de cada poeta. Es el testimonio vivo de la capacidad de sentir de una persona. Se abrazan realidad e intimidad acompañadas de un pensamiento delicado o de una galantería que llegan a encender el fuego del sentimiento. Se sacraliza la subjetividad romántica y el simbolismo. Soñamos nuestro propio sueño.