lunes, octubre 19, 2009

Ágora


Es la segunda vez que hago una reflexión en voz alta sobre una película en mis dos años de vida mundanesca. Me he sentido tan atraído por el aluvión mediático, por el gran márketing hollywoodiense, por la masiva asistencia de casi un millón de espectadores en España en su primera semana de estreno que Ágora se había convertido en un producto de primera necesidad. Eso dice mucho de su excelente campaña promocional. Y sin embargo, no había leído expresa y conscientemente ninguna crítica que condicionara mi juicio sobre ella. Había un antecedente positivo; me seducía mucho la figura histórica y filosófica de Hipatia aunque es bien cierto que sabía poco de su vida y especialmente de su muerte. Con todos estos antecedentes y las magníficas películas anteriores de Amenábar justamente premiadas, esperaba mucho más de Ágora. Pero una vez más se ha cumplido la máxima de, día de gran expectación día de cierta desilusión.

El guión es complejo y ambicioso pero medianamente construído, pobre, frío y falto de emoción y sentimientos. La trama ha querido ser profunda e intensa, pero ha estado mal estructurada. Los personajes no están bien tratados. Hipatia no es la mujer seductora que yo esperaba. No me ha enamorado. Demasiada astronomía marcadamente académica, mucha ciencia aburrida y escaso mensaje vital propio de una filósofa y de la filosofía que es la ciencia de la sabiduría. El resultado no está a la altura de las ambiciones. Creo, no obstante, que va a ser una de las películas españolas más comerciales porque tiene algunas virtudes significativas: excelente realización, atractiva decoración, gran vestuario y espectacular movimiento de la cámara. El director tiene dotes de gran realizador. No quiere que se le escape nada. Lo filma todo. Crea distintos ambientes, sonidos, secuencias y movimientos en distintos planos. Todo a lo grande salvo el talento y el ingenio, en los detalles, en lo pequeño, en la vida íntima de los personajes. Ha querido reinventar Quo Vadis o Ben-Hur y se ha quedado a mitad de camino. Mucha agitación intelectual acompañada de exceso de fanatismo. Demasiados mensajes juntos en un tubo de ensayo donde es difícil encontrar el ritmo y la intensidad emocional. O cine de autor o cine comercial. Ambas cosas en Amenábar parecen incompatibles.