sábado, marzo 22, 2008

El sueño de Dios


Mi infancia madrigaleña me trae abundantes recuerdos relacionados con la Semana Santa. Dice la tradición o mi imaginación -para los agnósticos- que Dios, definido a sí mismo como Soy el que Soy , en su eternidad, tuvo un sueño y al despertar decidió enviar a su Hijo a la tierra. Fue un atributo de la mente de Dios. Con la creación empezó el espacio y el tiempo, con Cristo empezó el calendario cristiano. La creencia común es que el tiempo fluye del pasado hacia el porvenir. Entendemos que Platón en el Timeo dijera que el tiempo es una imagen móvil de la eternidad.

La Semana Santa religiosa nos recuerda, una vez más, la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Desde hace medio siglo a hoy ha cambiado mucho. A la Pascua se llegaba tras la Cuaresma, cuarenta días de ayuno y abstinencia de comer carne y otros muchos productos. Esta imitación de los cuarenta días de Jesús en el desierto se inició en el concilio de Nicea en el año 325. A lo largo de los tiempos ha ido evolucionando. En los siglos XVI y XVII, durante más de 150 días no se podía comer carne ni grasas de animales, ni leche ni huevos. En esta época los Papas empiezan a hacer concesiones y otorgan las denominadas Bulas, privilegios o dispensas sobre el ayuno y la abstinencia en atención a los servicios prestados a la Iglesia como ayudas en las guerras contra los infieles. Para España se estableció la Bula de la Santa Cruzada cuyos privilegios eran similares a los que se otorgaron a los Cruzados de Tierra Santa. En 1566 Pio V promulgó el Penitemini en el que estableció todos los viernes del año como día de abstinencia en los que estaba prohibido comer carne y el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como días de ayuno y abstinencia que eran días de pescado.

Esta imposición eclesiástica llegó hasta la mitad del siglo XX, año 1960, en que los que tenían dinero en Madrigal iban al señor cura, D. Martín, para comprar la bula previo pago de una peseta y poder comer carne todos los viernes del año, excepto en la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. El documento llevaba la firma del Papa Pío XII (1939-1958). La abolición de las bulas llegó con Juan XXIII
(1958-1963)durante el Concilio Vaticano II. El menú madrigaleño de los viernes de cuaresma era el potaje con espinacas y bacalao. Mi abuela María me preparaba como postre de las fiestas unas deliciosas natillas o un excelente arroz con leche, pues sabía que eran mis platos favoritos. Sofía, mi abuela materna, me llevaba de la mano a las procesiones. De todas ellas las que más me conmovían e impresionaban eran la del Santo Entierro, la valiosa y artística talla medieval del Cristo yacente y doliente en la urna de cristal o la serena expresión, pese a la angustia, de la Virgen de los Dolores. Nunca entendí por qué durante la Cuaresma y Semana Santa, hasta el Domingo de Resurrección, las imágenes de la Iglesia estaban tapadas con paños morados o negros.¿Anunciaban el luto por la muerte de Cristo? Me fijaba especialmente en ellas cuando el Viernes Santo asistía al Sermón de las siete palabras que Jesús pronunció antes de expirar. Mis ojos infantiles estaban llenos de curiosidad, de inocencia y de emoción. Esos días, se imponía el silencio de las campanas o campanillas y se escuchaba el sonido seco y bronco de las carracas. El cine se cerraba y las radios sólo emitían música sacra. Son vivencias y tradiciones perdidas o superadas por el transcurso del tiempo. Hoy cada uno vive la Semana Santa de forma diferente y para cada persona tiene distinto significado. Lope de Vega nos la recordaba en sus Rimas Sacras escritas en 1614.

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una Cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido,
al mismo precio que me habéis comprado.

Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,

hoy me vuelvo con lágrimas a veros;
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendreisme seguro con tres clavos. (Rima XV)