domingo, septiembre 25, 2011

Pregón religioso en la fiesta del Cristo de la Luz


Reproduzco el Pregón Religioso que pronuncié el 16 de septiembre de 2011 en la iglesia de San Pedro Apostol de Madrigal de la Vera (Cáceres), con motivo de la fiesta del Cristo de la Luz.

Queridos párroco, alcalde y Corporación Municipal, mayordoma de la Cofradía, cofrades, amigos y vecinos. Ser pregonero en la fiesta del Santo Cristo de la Luz de mi pueblo es un honor que recibo como el mejor regalo para un cofrade.



Voy a empezar contándoos una experiencia vivida hace muchos años pero por su intensidad parece que fue ayer. Era una tarde del mes de julio de 1970. Me encontraba en París y había terminado mis clases de francés en la escuela de la Alianza Francesa. Sobre las 2 de las tarde, subí en una pequeña motocicleta que me prestó un compañero para dar una vuelta por las calles parisinas. En esta aventura, lo imaginativo y lo fantástico de los grandes monumentos histórico-artísticos de la bella ciudad del Sena, eran tan esenciales como la realidad, jamás había conducido una moto. "Es muy fácil -me dijo- sólo tienes que acelerar. No tiene marchas." La acción transcurría inicialmente sin problemas por las principales calles de París. Recuerdo, que siendo verano no hacía demasiado calor pero había un tráfico intenso que rodaba a considerable velocidad.

Al caer la tarde, casi de noche, me despierto y percibo que estoy rodeado de médicos y enfermeras. Pregunto: ¿Dónde me encuentro? Y me responden que estoy en el Hospital de la Salpêtrière de París. Que una ambulancia me ha recogido en la calle de Rivoli, cerca del Museo de Louvre, porque he tenido un accidente con una moto golpeándome con la cabeza en la parte central de un vehículo y cayendo al lado opuesto sin conocimiento. No recordaba absolutamente nada. Los médicos me dijeron que como consecuencia del golpe había tenido amnesia retrógrada, es decir, pérdida de memoria de cuanto había pasado desde que cogí la moto hasta el momento de despertarme. En el cuerpo, sólo tenía una pequeña herida en la parte izquierda de la cara y otra en el lateral de la pierna derecha. "Has salvado milagrosamente la vida. Has estado siete horas sin conocimiento y vas a quedarte siete u ocho días en el Hospital para observación", me dijeron los doctores.

Esa misma noche recordé las experiencias sentidas en las siete horas que estuve inconsciente. Era una sensación muy agradable jamás sentida. Un placer inmenso. Una paz y una alegría desconocidas hasta entonces. Es muy difícil encontrar las palabras precisas para describir una sensación tan deliciosa y placentera en la que se desea permanecer. Iba por un túnel oscuro, muy largo, en el que me movía a gran velocidad donde al fondo había una luz inmensa y muy brillante que daba un intenso resplandor. Antes de llegar al final del túnel recobré el conocimiento.

Numerosos doctores y neuropsiquiatras como los ingleses Fenwick y su esposa Elizabeth científica en Cambridge, los americanos Morse y Moody o el georgiano Sabom afirman que estas experiencias se producen en todas las culturas y hay constancia de ellas en todas las épocas de la historia escrita. Ocurren a personas de todas las edades, tanto a los que creen que la vida tiene una dimensión espiritual como a los que no profesan ninguna fe. Las experiencias o sensaciones al borde de la muerte son intensas y de muy distinta clase. Los escépticos ya no tienen dudas de la existencia de estas vivencias. Lo que discuten es su significado que denominan como alucinaciones, rebatido por los propios doctores. Entre las millones de experiencias vividas, en numerosos casos aparece un espíritu muy amable y afectivo al que no habían visto antes, un ser de luz por el que sienten una irresistible atracción magnética. De este ser luminoso os quiero hablar hoy.


Todos sentimos y experimentamos la luz. El sol ha sido considerado como una luz inteligente, un principio que ha movido el mundo. Los veratos tenemos un maravilloso paisaje con una naturaleza indómita, salvaje, seductora y un agua pura y cristalina que debemos defender como patrimonio vivo, histórico y cultural irrenunciable. La belleza de nuestro paisaje la contemplamos gracias a la luz, a la iluminación del sol. ¿Quién no ha visto y sentido un brillante amanecer con colores de nácares y de plata o un atardecer con tonos amarillos, naranjas y rojos embriagadores sobre el horizonte de nuestro pueblo? Sin luz y sin sol no podríamos tener vida. Es tan maravilloso que cuando una madre tiene una hija o un hijo decimos que ha dado a luz. Se le aguardaba con esperanza y ha visto la luz. Reproduzco algunos versos del poeta extremeño Luis Chamizo sobre el alumbramiento a la vida en La Nacencia:

Bruñó los recios nubarrones pardos
la lus del sol que s´agachó en un cerro,
y las artas cogollas de los árboles
d´un coló de naranjas se tiñeron.
                                                      
                                                        A bocanás el aire nos traía
                                                           los ruídos d´alla lejos
y el toque d´oración de las campanas
de l´iglesia del pueblo.


Ibamos dambos juntos, en la burra,
por el camino nuevo,
mi mujé mu malita,
suspirando y gimiendo.

Bandás de gorriatos montesinos
volaban, chirrïando por el cielo,
y volaban pal sol qu´en los canchales
daba relumbres d´espejuelos.

Los grillos y las ranas
cantaban a lo lejos,
y cantaban tamién los colorines
sobre las jaras y los brezos,
y roändo, roändo, de las sierras
llegaba el dolondón de los cencerros.

¡Qué tarde más bonita!
¡Qu´anochecer más güeno!
¡Qué tarde más alegre
si juéramos contentos!...

Señó, tú que lo sabes
                                                             lo mucho que la quiero.
Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
Señó, tú qu´eres güeno;
tú que jaces que broten las simientes
qu´echamos en el suelo;
tú que jaces que granen las espigas,
cuando llega su tiempo;
tú que jaces que paran las ovejas,
sin comadres, ni méicos...
¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
con lo que yo la quiero,
siendo yo tan honrao
y siendo tú tan güeno?...

¡Ay! qué noche más larga
                                                                 de tanto sufrimiento;
¡qué cosas pasarían
que decilas no pueo!
Jizo Dios un milagro;
¡no podía por menos!






La Vera y Gredos son palabras mágicas para uno de los más grandes escritores españoles de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, D. Miguel de Unamuno. Dice en su libro, “Por tierras de Portugal y España”: “Desde Navalmoral de la Mata se contempla hacia el Poniente el formidable y sombrío macizo de los montes Carpetanos, y dominándolos, los picachos, casi siempre canos por las nieves, de la sierra de Gredos. Cuantas veces he ido desde esta Salamanca a Madrid por Extremadura, he pasado horas de tren embebiendo mis ojos en la visión de esa severa e imponente mole. En sus faldas y hasta el río Tiétar, que corre paralelo a la sierra, se extiende la llamada Vera de Plasencia, región tan abandonada como hermosa, que me recordaba hace pocos días a mi tierra vascongada por el carácter del paisaje”. Y sigue: “El cuerpo se limpia y restaura con el aire sutil de aquellas alturas y aumenta el número de glóbulos rojos, según nos dijo un catedrático de Medicina; pero el alma también se limpia y restaura con el silencio de las cumbres. ¡Qué silenciosa oración allá, en la cumbre, al pie del Almanzor, llenando la vista con la visión dantesca del anfiteatro rocoso! Dábamos una voz y el eco la repetía dos veces entre las soledades”. “Desde allí arriba, desde los canchales de la cumbre de Gredos, contemplábamos con unos prismáticos los pueblecillos del valle del Tiétar, Madrigal, Villanueva de la Vera… Estando en París, Unamuno se acuerda de Gredos y lo expresa así: “Contemplo la torre Eiffel. Y me acuerdo de Gredos. Y siento la morriña de la eternidad, de lo que dura por debajo de la historia, de lo que no vive, sino que vivifica. Porque Gredos es lo eterno.”

Desde mi más tierna infancia, cuando con tres años mi madre y mis abuelas me llevaban al chozo de tía Severa para que aprendiera los primeros números y letras cantando, la sierra de Gredos ha generado en mi alma un sentimiento de fantasía con impresiones imborrables, una admiración emocional por su belleza y misterio. He crecido mirando al firmamento, contemplando un paisaje blanco sublime cuyo perfil del Almanzor inundaba mi horizonte y era mi escultura luminosa.

Pero si los veratos somos unos privilegiados por haber nacido o vivir en un gran vergel, los madrigaleños lo somos todavía más porque tenemos como patrono y guía a nuestro Santo Cristo de la Luz. El símbolo de la luz forma parte de las tradiciones más antiguas y de las culturas más remotas. En la cultura china existen dos principios o energías contrapuestas: la luz y las tinieblas o la oscuridad. Los conceptos de luz y tinieblas tuvieron también un importante sentido espiritual en el Antiguo Egipto. La luz es vida, liberación, prosperidad, salvación, felicidad, éxito. En la cultura árabe o india aparece la luz como el elemento transformador de la realidad, el paradigma de la vida, de la felicidad, del triunfo.

La naturaleza de la luz ha sido objeto de profundas reflexiones entre los filósofos y los científicos del pensamiento. Han vinculado la luz, al conocimiento, a la sabiduría y a la vida.

La Sagrada Escritura está llena de alusiones a la luz y las tinieblas. En su primer libro, el Génesis, y en el primer capítulo expresa lo siguiente: Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y separó Dios la luz de las tinieblas. Llamó Dios a la luz día y a las tinieblas llamó noche. Y atardeció y amaneció el día primero.

Pero la luz no es sólo un fenómeno físico o fuente de energía económica estudiada por los filósofos y los científicos. La Luz, en la Biblia, está estrechamente relacionada con la verdad y la vida; también tiene relación con la sabiduría, la alegría, la felicidad, el conocimiento y la ley de Dios frente a las tinieblas que tienen relación con la muerte, la tristeza, el mal, el pecado.

En el libro de los Salmos hay varios pasajes sobre Dios, luz: Dichoso el pueblo que la aclamación conoce, a la luz de tu rostro, oh Yahvéh caminan. Pues tú eres el esplendor de su potencia. Dice el Salmo 27: Dios es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? Nos manifiesta la alegría de que Dios está a nuestro lado que es nuestro salvador y con Él somos fuertes. Y el salmo 36: En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz. Dios es luz y fuente de luz. Y en el salmo 67: Dios tenga piedad y nos bendiga, su rostro haga brillar sobre nosotros. Dios es nuestra luz para caminar sin tropiezos. Con Él vemos la realidad, sin Él todo es tiniebla y caos. En el libro de Isaías nos dice: El pueblo que andaba a oscuras vio una luz intensa. Sobre los que vivían en tierra de sombras brilló una luz. Y esta misma idea se repite en la primera Epístola de Juan: Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con Él y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz, como Él mismo está en la luz estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado.

En la revelación que Cristo hace de sí mismo en el Evangelio de Juan dice: Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. La luz define, por consiguiente, la naturaleza misma de Dios, el ser de Dios. Jesucristo es la luz. Dios es luz y fuente de luz. Así recitamos en el Credo: Dios de Dios, Luz de Luz. El Evangelio de Juan es, sobre todo, el evangelio de la luz. A la incredulidad de los judíos les grita Cristo: Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Y en otros pasajes del Evangelio de Juan: Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz. La Palabra creadora de Dios es luz, fuente de la vida. ¿Pero qué es la luz? Como antes he manifestado, la luz está íntimamente relacionada con la verdad y la vida. En el propio Evangelio de Juan dice Cristo: El que obra la verdad viene a la luz y quien es de la verdad escucha mi voz. Yo soy la verdad y la vida. Cuando Jesús pide al Padre por sus discípulos dice: Santifícalos en la verdad pues tu palabra es verdad.





Los madrigaleños como cofrades y devotos de nuestro Santo Cristo de la Luz y todos los cristianos debemos ser hijos de la luz. En el capítulo 42 del libro de Isaías nos manifiesta: Yo, Yahvé, te he destinado a ser luz de las gentes. Cristo nos da su luz y nos ilumina en el momento del Bautismo. En esta celebración nos dice el sacerdote: A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar vuestra luz. Que vuestro hijo, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz. Hemos pasado de las tinieblas a la luz y esta nueva situación nos obliga a ser consecuentes en nuestra vida. Pablo en la carta a los Efesios dice: Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; más ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda verdad, justicia y bondad. Una vez iluminados por la luz y la verdad de Cristo nos convertimos en testigos de la luz. Recientemente en las Jornadas de la Juventud en Madrid, el Papa les dijo a los jóvenes en la Plaza de Cibeles: Edificando sobre la roca firme, no sólo la vida será sólida y estable, sino que contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad. Son tantos, dice el Papa, los que se refugian en el interés inmediato en vez de buscar la verdad sin adjetivos, muchos se creen dioses y piensan que no necesitan raíces ni fundamentos que no sean ellos mismos.

Mi mensaje final para estos tiempos de grave crisis económica y financiera que padecemos, en los que más de 1.800.000 personas, en España, muchos con carrera universitaria, han solicitado ayuda a Cáritas- la gran ONG de la Iglesia- en el año 2010 porque no tienen recursos para comida, o vivienda o ropa, me traslada a lo que pienso como la esencia del reino de la luz que obliga al cristiano, al cofrade, al creyente y al no creyente a ser solidarios y que resume el Evangelio de Mateo: Cuanto hacemos a cualquier persona a nuestro Cristo de la Luz se lo hacemos. Venid benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.

Y para terminar me gustaría que tuviéramos un recuerdo especial y una oración por nuestros padres o abuelos o familiares y amigos que ya viven en el Reino de la luz y que están permanentemente en nuestra mente y en nuestro corazón, que nos enseñaron a querer y a venerar al Santo Cristo de la Luz, para que todos nosotros sigamos su ejemplo con nuestros hijos y descendientes. Muchas gracias.