domingo, agosto 29, 2010

Madrigal de la Vera (Cáceres): población y economía en el siglo XVIII


En el siglo XVIII, Extremadura en su conjunto era una de las 22 provincias que formaban la Corona de Castilla. La distribución de provincias que tenemos actualmente en España procede de la reforma de 1833, obra insigne de Javier de Burgos (1778-1848), secretario de estado de Fomento en el breve gobierno de Francisco Cea Bermúdez durante la regencia de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (1806-1878), cuarta esposa de Fernando VII y madre de Isabel II. Decía Cournot, matemático y economista francés nacido en 1801, que un siglo es la equivalencia aproximada a la duración de tres generaciones humanas, entre las que hay lazos de afinidad, porque la de los hijos ha conocido a la de los padres e influye en la de los nietos. Todos tienen rasgos y afinidades culturales.

En este siglo y anteriores, la Hacienda Real de Castilla, que era la que más aportaba a las arcas reales, se encontraba en serias dificultades. La actividad recaudatoria era habitualmente escasa y con demasiada frecuencia había que financiar numerosas guerras acompañadas de ingentes gastos además de la organización administrativa y la abusiva corte de honor de reyes y reinas. La dinastía borbónica que empieza con Felipe V (1683-1746), en el año 1700, a la edad de 17 años, se consolida tras una nueva Guerra de Sucesión contra el archiduque Carlos de Austria, candidato al trono, que dura catorce años. Terminada la guerra, el crédito público era inexistente y la Hacienda Real se encontraba en bancarrota. El nuevo rey nacido y criado en Francia, se encuentra con un caos fiscal mal administrado y una Castilla muy empobrecida e insolvente a la que los autoritarios consejeros franceses de Felipe V intentan aportar soluciones con la creación de los intendentes. Su cometido era la supervisión de las rentas reales, la unificación y homogenización de tributos y el incremento de la recaudación.

España padecía unos males endémicos: indigencia física e intelectual, retraso científico, horror a los cambios y marcadas supersticiones. Con Felipe V aumentan las desgracias: guerra civil, ruina económica, desunión territorial y ominoso gobierno de los extranjeros. Era un rey con personalidad dual y esquizoide, ridículas obsesiones y manías con períodos de lucidez y locura completa. Permanecía días en cama en una especie de letargo o depresión negándose a despachar los asuntos más urgentes. Pasaba meses sin cambiarse de ropa desprendiendo un olor pestilente. Nunca se sintió español ni se preocupó de los intereses de España.
En estas circunstancias, Castilla continuaba con el sistema de tributación de Rentas Provinciales pero en Cataluña, que había apoyado al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión, el gobierno de Felipe V implanta una nueva tributación el 9 de diciembre de 1715 denominada Catastro que introducía dos clases de impuestos, uno real que gravaba las propiedades, las fincas, y otro personal que gravaba las ganancias o rentas. La experiencia catalana promueve en la Corona de Castilla el denominado como Catastro de Ensenada que es la obtención de datos a través de un cuestionario para conocer, registrar y valorar los bienes, rentas y cargas de los vasallos, familias, criados y dependientes. Dicha encuesta o cuestionario tuvo lugar entre abril de 1750 y el mismo mes de 1756, a excepción de Madrid que se terminó en la primavera de 1757. El objetivo era obtener información para modificar el sistema impositivo vigente y establecer una contribución única o catastro –finalmente no implantada por la presión de la nobleza y el clero- que constaba del pago anual de un porcentaje estimado del 4,06%, el mismo para todos, sobre la base imponible que resultara del valor dado a los bienes y a las rentas generadas por cada vecino. Se debía entregar la declaración en cada uno de los pueblos donde radicaba la titularidad de algún bien o renta ya que en cada lugar se debía abonar la contribución que resultase del valor o producto dado a los bienes.

El nombre “de Ensenada” hace referencia al I marqués de la Ensenada, título otorgado por Felipe V en 1736, a instancia del infante Carlos (después Carlos III), a Zenón de Somodevilla y Bengoechea, (1702-1781), impulsor del citado Catastro en su etapa como ministro de Hacienda, Guerra, Marina e Indias nombrado en 1743 por Felipe V, continuando bajo el reinado de Fernando VI (1713-1759). La amplia información y documentación generada, acrecentó su importancia a lo largo de los años, siendo la base de datos más valiosa para el estudio detallado de la Corona de Castilla en el Antiguo Régimen. Todos los datos quedaron registrados en 78.527 volúmenes, depositados en la actualidad entre el Archivo Universal de Simancas (Valladolid) y el Archivo Histórico Nacional (Madrid).

Nuestro pueblo, entonces aldea, respondió al cuestionario de 40 preguntas, cuya información sirve de base para la elaboración de este artículo. Puede verse el documento manuscrito en el portal de Archivos Españoles del ministerio de Cultura (http://pares.mcu.es/). Posiblemente sea la mejor radiografía histórica de tierras, gentes y riqueza de Madrigal conocida. Las respuestas al Interrogatorio se elaboraron el 26 de septiembre de 1753 en Villanueva, en la posada del licenciado Pedro Beato, abogado de los Reales Consejos, subdelegado de la Real Contribución, al encontrarse enfermo el regidor de Madrigal, Pedro Blázquez. Concurrieron a este Interrogatorio Tomás González de la Cruz, cura rector de la Parroquial de Madrigal, Villanueva, y sus anejos, Francisco Núñez, alcalde único por el Estado General y dos vecinos de Madrigal, Gregorio Cordobés y Juan Núñez a quienes el regidor de Madrigal había elegido "como personas de la mejor opinión e inteligentes en el número y calidad de tierras que hay en su término, frutos y cultura, personas del pueblo, sus artes, comercios, granjerías, ocupaciones y utilidades". A excepción del cura, todos juraron ante el escribano, por Dios nuestro Señor y con la señal de la Cruz, decir la verdad sobre las preguntas del Interrogatorio.

Superficie

La superficie del término tenía en este siglo, de levante a poniente media legua, de norte a sur tres leguas y de circunferencia siete leguas. La legua castellana es una antigua medida de longitud que equivale a 5,57 km. Expresaba la distancia que una persona puede andar a pie durante una hora. Dice el Catastro que Madrigal "linda a levante con el lugar denominado de Alardos, que divide los territorios de la ciudad de Plasencia con la ciudad de Ávila, poniente la garganta de Minchones que divide el término de dicho lugar y el de esta villa de Villanueva, norte con términos de la villa de Bohoyo y lugar de Navalonguilla donde se divide esta provincia y la de Castilla, sur el río Tiétar, que divide la jurisdicción de dicho lugar y la villa de Oropesa". La mayor parte del terreno es de sierras encumbradas e impenetrables donde se mantenía la nieve durante todo el año, de gran aspereza, pedregoso y berrocal, con montes de roble alto y bajo, castaños, algunos olivares, moreras, frutales e higueras, todo de secano, y algunas tierras de regadío que se siembran de hortalizas y legumbres, otras de lino "y muchas que por desidia están perdidas y no dan fruto, algunas tierras de pan sembrar con dos años de descanso, otras pastables del expresado monte, y en este término se comprende una dehesa que llaman del Gamo, de pasto y bellota de roble, que pertenece a los propios de la dicha ciudad de Plasencia, y no hay tierras que fructifiquen más que una cosecha al año, a excepción de los huertos de regadío que además del fruto que da la tierra da también el de los árboles que se hallan plantados en ellos".

Población y salarios

A finales de este siglo la población española había crecido en tres millones de personas pasando de ocho millones que había en el siglo XVII a once millones. Este incremento se produjo, sobre todo, por la desaparición de la peste bubónica que en el siglo anterior había producido numerosas muertes. A este siglo le afectaron dos importantes plagas, la viruela y el paludismo pero lo que impedía realmente el crecimiento demográfico era la elevada mortalidad infantil a causa de las diarreas. A mitad de siglo, cuando se realizó el Catastro, había nueve millones de habitantes en España, muy inferior a Francia que nos doblaba en población y a Italia con una menor superficie. El 80% de la población española se dedicaba a la agricultura y ganadería que era el estrato fundamental de la sociedad, el 14% a la artesanía y la manufactura era casi inexistente. El comercio estaba en manos de franceses, ingleses y holandeses. No se producía para el mercado sino para el autoconsumo. La población campesina era con gran diferencia la más numerosa de la nación. “La labranza, escribía Capmany, no forma gremio exclusivo porque no es una profesión precaria, sino un destino común, y la primera necesidad del hombre en sociedad. Ésta no forma una clase privilegiada porque encierra en cierto modo a las demás. Son labradores el clérigo, el magistrado, el caballero y el hombre llano.” Toda la sociedad, incluso la escasa población urbana, estaba directamente sujeta al progreso del campo: el clero por los diezmos; la nobleza por sus propiedades rústicas y los artesanos por la cosecha que si peligraba por la sequía organizaban procesiones de rogativa o salían masivamente a matar la langosta. Los años de escasez de cosechas por causas climatológicas o por el azote de la langosta eran trágicos por la carestía, el hambre y la mortandad. El pan era el producto básico de una alimentación poco variada.

La denominación de nuestro pueblo, en esta época, era Madrigal, sin el apellido de la Vera. Así se expresa: "Que dicho lugar es aldea sujeta y pedánea su jurisdicción a la Justicia ordinaria de la villa de Valverde y que pertenece por razón de señorío al Estado del Condado de Nieva y hoy reconocen por Señora de él a la Marquesa de Astorga". La población era de 30 vecinos, incluidas 4 viudas -una de ellas, Ana Torra tenía arrendada la casa-mesón propiedad del regidor Pedro Blázquez por la que pagaba setenta reales y la quedaba de beneficio anual cien reales- que sumaban alrededor de 105 habitantes, una media de 3,5 habitantes por vecino. En este siglo se produjo el mayor estancamiento demográfico y económico de la historia de Madrigal. A finales del siglo XVI tenía más de 500 habitantes. Las enfermedades más comunes del siglo XVIII en nuestro pueblo eran las tercianas, tabardillos(tifus) , dolores de costado, fiebres ardientes, carbuncos, diarreas ordinarias y de sangre, erisipelas, viruelas y sarampión que producían una alta mortandad en los niños. Había 32 casas habitadas, una en ruinas y un molino harinero situado en la garganta que llaman de Alardos distante del pueblo medio cuarto de legua, de una muela con agua corriente de dicha garganta, como cuatro meses del año trigo y pimiento, y pertenece a la señora marquesa de dicho lugar por el estado de Nieva y administrado como se administra regulan la vale unos años con otros con respecto al grano y pimiento que muele treinta fanegas de trigo. Y en el término no había casas de campo ni alquerías o casas de labor. Existía una casa-hospital donde se recogen los pobres mendigos que transitan por dicho lugar y una taberna de vino administrada por la Justicia que producía trescientos reales. No había ningún abasto de carnicería ni abacería.

El cura propio del pueblo se llamaba Juan Anguas Montero, el regidor y escribano Pedro Blázquez era también estanquero del tabaco y sacador de pesca. El sangrador y barbero se llamaba Eugenio Reyes. Los cuatro pescadores, Agustín Rubio, Juan Peña, Juan García de Eugenio y Domingo Tirado; un cazador que lo es Francisco Moreno y un tejedor de lienzos que lo es Salvador Castañar. Como arrendador de peso y cargas estaba Juan Núñez. Los demás vecinos eran jornaleros, labradores de sus tierras, pastores, zagales, mozos para el servicio y dos pobres de solemnidad.
Los ingresos o salarios que obtenían los vecinos por distintos conceptos eran los siguientes. El alcalde y el regidor no tenían derechos de poyo, juzgado ni posturas por ser pedáneos de la justicia ordinaria de la villa de Valverde. El derecho de poyo, así denominado, se abonaba a los jueces por administrar justicia. Percibían de los propios o bienes del concejo y del pósito en concepto de salario anual, sesenta y siete reales el alcalde y cincuenta y dos reales el regidor. El pósito era un edificio, posteriormente institución financiera, que almacenaba grandes cantidades de trigo para garantizar la existencia de cereal panificable que aliviara la situación de los más pobres y necesitados en épocas de crisis agrarias. Tenía, además, la función de servir de caja de préstamos a los agricultores al entregarles grano para la siembra que se reintegraba tras la recogida de la cosecha con el incremento de algunos intereses. El escribano de términos tenía un salario anual de ciento diez reales. El mayordomo de propios percibía veintinueve reales y la misma cantidad el ministro o alguacil. El estanquero del tabaco generaba veinte reales. El sangrador y barbero llegaba a los mil reales anuales.

Los cuatro pescadores, además de los salarios de sus oficios, tenían cada uno de beneficio anual ciento cincuenta reales. El sacador de pesca, además de los salarios de sus oficios, ganaba cuatrocientos reales anuales. El cazador, además del salario de su oficio, tenía un beneficio anual de ciento cincuenta reales. El tejedor de lienzos, cada día que trabajaba, tenía un jornal diario de cuatro reales. El arrendador de peso y cargas pagando su arrendamiento le quedaba un beneficio de treinta reales. El jornal diario de los jornaleros, los pastores y los mozos para la casa era de tres reales y a los labradores de su tierra les quedaba cada día que trabajaban cuatro reales. Los zagales de cualquier clase de ganado ganaban al año ciento treinta reales.

Producción y precios

En todas las tierras útiles del término, según su especie, había de primera, segunda y tercera calidad. Los árboles frutales estaban plantados preferentemente en los huertos de regadío y los castaños en los sitios llamados de la Hoya, los Pradillos, Recodo, Helechoso, Angosturas, Majalardos, Hormigal y Tanaharro, y los olivares en dichos sitios y en la circunferencia del pueblo, lo mismo que las moreras y los huertos de regadío. Y se especifica que "los plantíos en dicho término no están hechos con el orden y método regular porque se hallan de todas las especies que hay, interpolados unos con otros dispersos y separados, y otros muy juntos y unidos, de manera que en poca tierra se hallan muchos plantados, y por el contrario en mucha, pocos y extendidos por los sitios que el terreno permite sus plantíos".

La medida de tierra que se utilizaba en Madrigal y en pueblos cercanos era la de cuatrocientas varas castellanas cuadradas, y cada medida de éstas se ocupaba con una fanega de trigo en sembradura de puño, con fanega y media de cebada y media fanega de centeno que eran las especies que se sembraban y segaban en el término. Una fanega de cereal es el peso de cereal que cabe en el volumen de una fanega, es decir 55,5 litros. De aquí derivaron las siguientes unidades de medida de peso para cereales, fanega de trigo: 43,2 kg., fanega de centeno: 41,4 kg., fanega de cebada: 32,2 kg. Cuando la fanega expresa una extensión de terreno equivale a aproximadamente unos 6.459 metros cuadrados.

"Que dicho término, según su inteligencia, de la medida expresada hará en sembradura catorce mil fanegas en esta manera. En tierras plantadas de castañares veinticinco fanegas, cinco fanegas de primera calidad, diez fanegas de segunda y diez fanegas de tercera. En tierras plantadas de olivares quince fanegas, cinco fanegas de primera calidad, cinco fanegas de segunda y cinco de tercera. En tierras plantadas de higueras una fanega, seis celemines de primera calidad y seis celemines de segunda. En tierras plantadas de árboles frutales cinco fanegas, dos fanegas de primera calidad, dos fanegas de segunda y una fanega de tercera. En tierras plantadas de moreras cinco fanegas, dos fanegas de primera calidad, dos fanegas de segunda y una fanega de tercera. En tierras de plantíos nuevos de todas especies que no producen tres fanegas.

En tierras de particulares pastables diez fanegas, tres fanegas de primera calidad, tres fanegas de segunda y cuatro de tercera. En huertas de regadío que se siembran de hortaliza y legumbres sin intermisión veinte fanegas, seis fanegas de primera calidad, ocho fanegas de segunda y seis fanegas de tercera, y en estas se incluyen las que se siembran de lino porque alternan en el fruto. En tierras que se siembran de pan de particulares veinte fanegas, seis fanegas de primera calidad, seis fanegas de segunda y ocho fanegas de tercera. En una dehesa que llaman del Gamo, de pasto y bellota de roble, cuatro mil quinientas fanegas, mil fanegas de primera calidad, mil fanegas de segunda y dos mil quinientas fanegas de tercera. En un ejido patero de solo pasto cuatro fanegas, dos fanegas de primera calidad y las otras dos fanegas de segunda. En un valdío común a vecinos de Ciudad y tierra de Plasencia de pasto y monte de roble alto que no produce nueve mil trescientas noventa y dos fanegas, dos mil fanegas de pasto de primera calidad, dos mil quinientas fanegas de segunda y mil quinientas fanegas de tercera, y las tres mil trescientas noventa y dos fanegas restantes, tierra inútil por naturaleza por pedregoso y berrocal".


La recogida de frutos y esquilmos incluye una corta y reducida cosecha de trigo, cebada y centeno, el fruto de castañas, aceite, seda, lino, hortalizas, en las que se incluyen lechugas, coles, nabos, pimientos y habichuelas; patatas, garbanzos, fruta de pipa y hueso, higos y alguna cera y miel. Los esquilmos eran frutos accesorios de menor cuantía que se obtenían del cultivo de la tierra y de la ganadería.

"Cada fanega de tierra de la medida expresada sembrada de trigo, consideradas las demás semillas que en ellas se siembran, produce la de primera calidad seis fanegas de trigo, cuatro la de segunda y tres la de tercera con una ordinaria cultura unos años con otros. Cada fanega de tierra de regadío que se siembran de hortaliza y legumbres todos los años sin intermisión con una ordinaria cultura unos años con otros, produce la de primera calidad doscientos cincuenta reales, doscientos la de segunda, y ciento sesenta la de tercera y lo mismo la fanega sembrada de lino. La fanega de tierra de solo pasto regulan la de primera calidad unos años con otros seis reales, cuatro la de segunda, y tres la de tercera.

Cada fanega de tierra plantada de castañar de la medida expresada si estuvieran puestos con orden y método regular se ocupara con veinticuatro pies, y la fanega así plantada produce veinticinco fanegas de castañas verdes, dieciocho la de segunda y catorce la de tercera. La fanega plantada de olivar si estuviera puesta con el orden y método regular se ocupara con cuarenta y ocho pies, y regulan que unos años con otros con una ordinaria cultura produce la de primera calidad ocho arrobas de aceite, seis la de segunda y cuatro la de tercera. La fanega plantada de moreras y morales si estuvieran puestas con orden se ocupara con cincuenta pies, y regulan que produce la de primera calidad con respecto a la seda que se cría con su hoja unos años con otros cuatrocientos cincuenta reales, trescientos ochenta la de segunda y doscientos ochenta de tercera. La fanega de higueras si estuvieran puestas con orden se ocupara con ochenta pies y regulan que unos años con otros con una ordinaria cultura produce la de primera calidad veinticinco fanegas de higos secos, veinte la de segunda y doce la de tercera. La fanega de árboles frutales de pipa y hueso no pueden regular los pies con que se ocupara por la variedad de estos, y que unos muy pequeños dan tanto fruto como los mayores y estos menos que los menores y aquí están puestas interpoladas las especies de ellos, y regulan que unos años con otros una fanega poblada de frutales de pipa y hueso con una ordinaria cultura produce la de primera calidad doscientas arrobas de fruta, ciento cincuenta la de segunda y ciento la de tercera".


El precio regular de la fanega de trigo, unos años con otros, era de veinte reales, doce la de centeno y diez la de cebada. El de la arroba de aceite de veintidós reales. La arroba de fruta de pipa y hueso de tres reales. La arroba de vino de siete reales. La fanega de castañas verdes de seis reales y la fanega de higos de doce reales. El real era una moneda de plata de 3,35 gramos que empezó a circular en Castilla en el siglo XIV siendo la base del sistema monetario español hasta mitad del siglo XIX.

"No viene a este lugar ningún ganado de esquilmo ni en él hay el esquilmo de ganado vacuno, lanar, cabrío y de cerda. Y a cada cabra la consideran una cría al año que a los seis meses vale diez reales, al año aumenta hasta quince, a los dos veinte reales y a los tres veintiocho, y a cada cabra parida la consideran de esquilmo de leche y queso en cada un año, y cuatro reales. A cada cerda de cría la consideran al año tres lechones que a los seis meses vale cada uno dieciséis reales, al año aumenta hasta treinta y tres, a los tres hasta sesenta y si por su calidad queda para casta aumenta hasta setenta reales y si se engorda para carne se le considera al morir nueve arrobas que a precio de quince reales que por lo regular puede valer la arroba unos años con otro importa ciento treinta y cinco reales. A cada dos ovejas consideran una cría al año que al medio año vale once reales, al año dieciocho reales, a los dos veintidós reales y a los tres años veintiocho, y cada diez ovejas dan una arroba de lana, y cada ocho carneros otra arroba de lana que su precio regulan unos años con otros es el de cuarenta reales. A cada vaca la consideran cada dos años una cría que vale ochenta reales, a los dos años siendo hembra aumenta hasta ciento cincuenta reales, a los tres años que entra en la parición hasta doscientos veinte reales y, siendo macho, a los dos años vale ciento sesenta reales, a los tres doscientos cuarenta reales. A cada yegua, si las hubiera, se la considera cada dos años una cría que vale cien reales, a los dos años aumenta hasta doscientos y a los tres hasta trescientos lo mismo a los machos que a las hembras. A cada burra, si las hubiera, se la considera cada dos años una cría que vale noventa reales, a los dos aumenta hasta ciento y a los tres hasta ciento cincuenta, lo mismo los machos y las hembras. A cada caballería mayor de las de trabajo, al año se la considera le da de utilidad al dueño ciento ochenta reales. A cada caballería menor de las de trabajo se la considera le da de utilidad al dueño cien reales. A cada yunta de bueyes de labor, la consideran diera de utilidad en arrendamiento ciento cincuenta reales que son los mismos en que se arrienda una yunta por las tres estaciones del año de barbechar, vinar y sembrar".

Había trece colmenas que consideradas cada año en enjambre valían seis reales cada una, más un real y medio de beneficio por la cera y uno y medio por la miel. En este siglo, como en los anteriores, se utilizaba el arado romano y el ganado de labranza: bueyes, mulas, caballos y asnos. El movimiento de la tierra era a base de pala y azada. El 60% de la tierra pertenecía a la nobleza, el 19% al clero y el resto a pequeños propietarios. El noble transformaba el latifundio en parcelas y las arrendaba a corto plazo. Aquí no hubo la revolución agrícola que en este mismo siglo se producía en Inglaterra sobre nuevos cultivos, abonos y rotación de cosechas. La masa campesina era ajena a esos avances. El labrador continuaba guiando el esquelético rocín y clavando en la tierra polvorienta el arado de madera.

Impuestos

En este siglo había numerosos impuestos. Los madrigaleños sufrían una importante presión fiscal. A la Hacienda Real o Rentas Reales pagaba Madrigal doscientos ochenta reales anuales por los denominados derechos de cientos antiguos y renovados. Un impuesto establecido por Felipe IV en el siglo anterior y actualizado por Carlos II. Asimismo, a su Majestad que Dios guarde, se le servía con ciento cincuenta y cuatro reales de los llamados servicios ordinario y extraordinario. Los servicios eran los pedidos que en la Edad Media los reyes solicitaban a las Cortes para atender necesidades urgentes de carácter ordinario y extraordinario. Y por los derechos de sisas, millones nuevos y fiel medidor, también pertenecientes a su Majestad se aportaban anualmente doscientos y ochenta reales. El derecho de sisa era un impuesto que gravaba la venta de productos al por menor afectando al consumo y perjudicando a las clases más humildes. El de millones fue un impuesto puntual solicitado por Felipe II a las Cortes de Castilla en 1589 para reponer las arcas del Estado, vacías tras la derrota de la Armada Invencible. De temporal se convirtió en permanente y duró hasta la mitad del siglo XIX. En esta época era un impuesto indirecto sobre el consumo que gravaba productos de primera necesidad como el vino, aceite, vinagre y carne. Y el del fiel medidor o pesas y medidas era una tasa que abonaban las personas que realizaban las transacciones de productos básicos cuando acudían al fielato. Desde muy antiguo, se denominaba fiel almotacén a la persona que contrastaba las pesas y medidas. El derecho de fiel medidor fue concedido por el Reino al rey Felipe IV en el año 1642. A su Majestad se pagaba también la retribución de dieciocho fanegas de sal que importaba cada año novecientos setenta y dos reales. "Y asimismo pagan el derecho de utensilios según el cupo y repartimiento que les viene hecho de la ciudad de Badajoz". José Manuel Novoa, en su libro sobre Vasallos, Señores y Concejos en la Vera de Plasencia confirma que el derecho de utensilios de luz, leña, paja y camas venía repartido por la ciudad de Badajoz.

Y por los derechos de alcabalas que en este siglo pertenecían en su totalidad al Condado de Nieva junto al derecho de martiniega se pagaban anualmente seiscientos diez reales. La alcabala fue el impuesto más importante del Antiguo Régimen en la Corona de Castilla. Era un impuesto indirecto que gravaba las compraventas y toda clase de transferencias. En la compraventa lo pagaba el vendedor y en las permutas ambos contratantes. La martiniega era uno de los impuestos más antiguos que se pagaba por la utilización de la tierra. No hay unanimidad en que la denominación proceda de la fecha en que se pagaba el impuesto cada año, el día de San Martín. Madrigal pagaba de contribuciones por todos los conceptos mil trescientos veinticuatro reales.

"Que los derechos que se hallan impuestos sobre las tierras, frutos y esquilmos de este término es el décimo común que se paga de diez uno y de cinco medio. La primera de granos que se cogen en llegando a siete fanegas se paga media y una cuartilla al Voto de Santiago y también se paga otro décimo que llaman nuevo a cada veinte libras de seda se paga una y lo mismo de los higos, de las rentas de casas, soldada de mozos, y pollos, de diez uno, y el décimo que llaman menudos pertenece y son interesados en él la dignidad episcopal, el cabildo y la santa iglesia catedral de la ciudad de Plasencia, el beneficio cura de los cinco lugares de este Estado, el teniente de dicho lugar un beneficio simple, el noveno de la iglesia matriz de la villa de Valverde y la marquesa señora de esta villa por sus tercias. El décimo nuevo pertenece enteramente a la dignidad episcopal y el de granos a los interesados en el de menudos y de castaña y la primicia a los sacristanes de esta villa y la de Valverde y no pueden dar razón cuanto importaran en arrendamiento dichos décimos y primicias por arrendarse juntos y unidos el de dicho lugar y esta villa, ni menos cuanto importaran los que se pagan en dicho lugar, en todo se remiten al repartimiento de dichos diezmos".

Varios autores en este siglo describían el abatimiento de las clases rurales. Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) escribía en su Teatro Crítico Universal: “¿Hay hoy gente más infeliz que los pobres labradores? ¿Qué especie de calamidad hay que aquéllos no padezcan? Los labradores todo el año y toda la vida están al ímpetu de los vientos, al golpe de las aguas, a la molestia de los calores, al rigor de los hielos. No hay gente más hambrienta ni más desabrigada que los labradores. Cuatro trapos cubren sus carnes, o mejor diré que por las muchas roturas que tienen las descubren. La habitación está igualmente rota que el vestido; de modo que el viento y la lluvia se entran por ella como por su casa. Su alimento es un poco de pan negro, acompañado de algún lacticinio o de alguna legumbre vil, pero todo en tan escasa cantidad, que hay quienes apenas una vez en la vida se levantan saciados de la mesa. Agregado a estas miserias un continuo rudísimo trabajo corporal desde que raya el alba hasta que viene la noche, contemple cualquiera si no es vida más penosa la de los míseros labradores que la de los delincuentes que la justicia pone en las galeras… Ellos siembran, ellos aran, ellos riegan, ellos trillan y después de hechas todas las labores les viene otra fatiga nueva y la más sensible de todas, que es conducir los frutos o el valor de ellos a las casas de los poderosos, dejando en las propias la consorte y los hijos llenos de tristeza y bañados de lágrimas a facie tempestatum famis (por causa de la violencia del hambre)".

Coloco en la red el artículo que he publicado en el Programa de Fiestas de mi lugar de origen, Madrigal de la Vera (Cáceres), con motivo de la celebración en septiembre 2010 de la festividad del Cristo de la Luz, patrón del Municipio.