domingo, octubre 10, 2010

Paisaje para un alma sensible


Los griegos admiraron la montaña y la hicieron morada de los dioses. Trescientos años antes de Cristo, Apolonio de Rodas dice que en los flancos de las montañas inaccesibles, tenebrosas y cubiertas de bosques oscuros y nieves eternas barridas por las tempestades e inhospitalarias, habita Boreas, el Dios de los vientos del Norte, cuyo soplo helado se derrama para alcanzar el Universo entero. Los romanos fueron más pragmáticos y se hicieron dueños de la llanura.

En el siglo XIX, el escritor inglés John Rusquin decía que las montañas son el principio y fin de todos los paisajes; que han sido creadas como escuelas y catedrales; para los sabios son preciosos manuscritos de enseñanzas sencillas e instructivas; para los excursionistas simple atención; claustros silenciosos para los filósofos y los pensadores; para los adoradores sinceros y de corazón puro, santuarios luminosos.

Desde mi más tierna infancia, la sierra de Gredos ha generado en mi alma un sentimiento mítico con impresiones imborrables, una admiración emocional por su belleza y misterio. He crecido mirando al firmamento, contemplando un paisaje sublime cuyo perfil del Almanzor inundaba mi horizonte y era mi escultura luminosa.