La Serrana de la Vera es una de las mujeres más seductoras de la tradición popular. El personaje tiene íntima relación con la Comarca de la Vera, especialmente con Garganta de la Olla y el Piornal. A lo largo del tiempo, las versiones del romance se han extendido por toda España. La bella Serrana ha servido de inspiración a numerosos grupos y solistas de folk.
La moza cautivó tanto a Lope de Vega que a finales del siglo XV o principios del XVI escribió una comedia sobre ella titulada La Serrana de la Vera. En 1613, Luis Vélez de Guevara escribió otra versión más trágica, con el mismo título, cuyo texto manuscrito se conserva. El contenido de sus obras coincide con el romance popular. Es la historia de una mujer muy hermosa que sufrió un desengaño amoroso y se retiró a vivir a la sierra recluyéndose en una cueva. Se enamoró de un joven que tras seducirla y gozar de ella la abandonó. Posteriormente, en venganza, seducía a los mozos que consideraba especialmente atractivos, los llevaba a la cueva para acostarse con ellos y después los mataba.
Julio Caro Baroja idealiza tanto a la Serrana que la convierte en una diosa maravillosa, un ser sobrenatural con prodigiosas artes de seducción. Manifiesta que su estructura narrativa recuerda al “arquetipo” del mito de Diana. Antigua divinidad de Italia de la naturaleza salvaje y de los bosques. Más que en la diosa cazadora, los romanos veían en ella a la hermana gemela de Apolo. Otros autores se apegan a la tierra, destacan su aspecto forzudo, salvaje y terminan convirtiéndola en una fiera. Dos visiones diferentes: la seducción frente a la fuerza física. O mejor la síntesis de la seducción perversa y la mujer fatal. Una seductora que tras ofrecer el cuerpo a sus amantes y permitir que gocen termina despreciándolos y sustituyéndolos. Reproduce el mito del Don Juan masculino que seduce a las mujeres, las utiliza sexualmente y después las abandona. Aunque con D. Juan pierden la honra pero conservan la vida. Como mujer fatal se convierte en una fiera salvaje con instinto depredador. Caza a la presa, abate a la víctima, se la lleva a su refugio y disfruta vengándose de ella.
En la literatura española son tradicionales las serranillas, poemas amorosos que cantaban el encuentro con una mujer de la sierra o serrana. Se destacan en El Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita y en las obras del Marqués de Santillana. Las serranas eran personajes de existencia casi legendaria y habitaban en escondidas sierras o pasos de montaña. Los caballeros perdidos por la dureza del camino o por climas adversos, se veían obligados a solicitar refugio, a cambio ellas pedían una especie de peaje, bien sexual, bien en forma de algún regalo. A algunas, incluso, se les atribuían crímenes o desapariciones de viajeros. El mismo contenido que en La Serrana de la Vera. Estos mitos, romances o leyendas iban en el siglo XV de boca en boca.
Reproduzco la versión de Azedo de Berrueza escritor del siglo XVIII nacido en Jarandilla:
«Allá en Garganta la Olla,
en la Vera de Plasencia,
salteóme una serrana,
blanca, rubia, ojimorena.
Trae el cabello trenzado
debajo de una montera,
y porque no la estorbara,
muy corta la faldamenta.
Entre los montes andaba
de una en otra ribera,
con una honda en sus manos,
y en sus hombros una flecha.
Tomárame por la mano
y me llevara a su cueva;
por el camino que iba,
tantas de las cruces viera.
Atrevíme y preguntéle
qué cruces eran aquéllas,
y me respondió diciendo
que de hombres que muerto hubiera.
Esto me responde y dice
como entre medio risueña:
-Y así haré de ti, cuitado,
cuando mi voluntad sea.
Dióme yesca y pedernal
para que lumbre encendiera
y mientras que la encendía
aliña una grande cena.
De perdices y conejos
su pretina saca llena,
y después de haber cenado
me dice:
-Cierra la puerta.
Hago que la cierro,
Y la dejé entreabierta:
desnudóse y desnudéme
y me hace acostar con ella.
Cansada de sus deleites
muy bien dormida se queda,
y en sintiéndola dormida,
sálgome la puerta afuera.
Los zapatos en la mano
llevo porque no me sienta,
y poco a poco me salgo,
y camino a la ligera.
Más de una legua había andado
sin revolver la cabeza,
y cuando mal me pensé
yo la cabeza volviera,
y en esto la vi venir
bramando como una fiera,
saltando de canto en canto,
brincando de peña en peña
-Aguarda -me dice-, aguarda;
espera, mancebo, espera:
me llevarás una carta
escrita para mi tierra.
Toma llévala a mi padre;
dirásle que quedo buena.
-Enviadla vos con otro,
o ser vos la mensajera”.
La moza cautivó tanto a Lope de Vega que a finales del siglo XV o principios del XVI escribió una comedia sobre ella titulada La Serrana de la Vera. En 1613, Luis Vélez de Guevara escribió otra versión más trágica, con el mismo título, cuyo texto manuscrito se conserva. El contenido de sus obras coincide con el romance popular. Es la historia de una mujer muy hermosa que sufrió un desengaño amoroso y se retiró a vivir a la sierra recluyéndose en una cueva. Se enamoró de un joven que tras seducirla y gozar de ella la abandonó. Posteriormente, en venganza, seducía a los mozos que consideraba especialmente atractivos, los llevaba a la cueva para acostarse con ellos y después los mataba.
Julio Caro Baroja idealiza tanto a la Serrana que la convierte en una diosa maravillosa, un ser sobrenatural con prodigiosas artes de seducción. Manifiesta que su estructura narrativa recuerda al “arquetipo” del mito de Diana. Antigua divinidad de Italia de la naturaleza salvaje y de los bosques. Más que en la diosa cazadora, los romanos veían en ella a la hermana gemela de Apolo. Otros autores se apegan a la tierra, destacan su aspecto forzudo, salvaje y terminan convirtiéndola en una fiera. Dos visiones diferentes: la seducción frente a la fuerza física. O mejor la síntesis de la seducción perversa y la mujer fatal. Una seductora que tras ofrecer el cuerpo a sus amantes y permitir que gocen termina despreciándolos y sustituyéndolos. Reproduce el mito del Don Juan masculino que seduce a las mujeres, las utiliza sexualmente y después las abandona. Aunque con D. Juan pierden la honra pero conservan la vida. Como mujer fatal se convierte en una fiera salvaje con instinto depredador. Caza a la presa, abate a la víctima, se la lleva a su refugio y disfruta vengándose de ella.
En la literatura española son tradicionales las serranillas, poemas amorosos que cantaban el encuentro con una mujer de la sierra o serrana. Se destacan en El Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita y en las obras del Marqués de Santillana. Las serranas eran personajes de existencia casi legendaria y habitaban en escondidas sierras o pasos de montaña. Los caballeros perdidos por la dureza del camino o por climas adversos, se veían obligados a solicitar refugio, a cambio ellas pedían una especie de peaje, bien sexual, bien en forma de algún regalo. A algunas, incluso, se les atribuían crímenes o desapariciones de viajeros. El mismo contenido que en La Serrana de la Vera. Estos mitos, romances o leyendas iban en el siglo XV de boca en boca.
Reproduzco la versión de Azedo de Berrueza escritor del siglo XVIII nacido en Jarandilla:
«Allá en Garganta la Olla,
en la Vera de Plasencia,
salteóme una serrana,
blanca, rubia, ojimorena.
Trae el cabello trenzado
debajo de una montera,
y porque no la estorbara,
muy corta la faldamenta.
Entre los montes andaba
de una en otra ribera,
con una honda en sus manos,
y en sus hombros una flecha.
Tomárame por la mano
y me llevara a su cueva;
por el camino que iba,
tantas de las cruces viera.
Atrevíme y preguntéle
qué cruces eran aquéllas,
y me respondió diciendo
que de hombres que muerto hubiera.
Esto me responde y dice
como entre medio risueña:
-Y así haré de ti, cuitado,
cuando mi voluntad sea.
Dióme yesca y pedernal
para que lumbre encendiera
y mientras que la encendía
aliña una grande cena.
De perdices y conejos
su pretina saca llena,
y después de haber cenado
me dice:
-Cierra la puerta.
Hago que la cierro,
Y la dejé entreabierta:
desnudóse y desnudéme
y me hace acostar con ella.
Cansada de sus deleites
muy bien dormida se queda,
y en sintiéndola dormida,
sálgome la puerta afuera.
Los zapatos en la mano
llevo porque no me sienta,
y poco a poco me salgo,
y camino a la ligera.
Más de una legua había andado
sin revolver la cabeza,
y cuando mal me pensé
yo la cabeza volviera,
y en esto la vi venir
bramando como una fiera,
saltando de canto en canto,
brincando de peña en peña
-Aguarda -me dice-, aguarda;
espera, mancebo, espera:
me llevarás una carta
escrita para mi tierra.
Toma llévala a mi padre;
dirásle que quedo buena.
-Enviadla vos con otro,
o ser vos la mensajera”.