sábado, noviembre 29, 2008

Escrito en el agua


Antes aliviaba mi estrés desplazándome cada fin de semana a Chinchón que sigue vivo en mi memoria. Es un pueblo a 45 kilómetros de Madrid con carácter y personalidad, depositario de una historia universal. Como escribiera Manuel Alvar: Aquí pasó la historia, y vivió y se quedó. Hace escasos días, por cierto, murió Pepe Recas un excelente amigo chinchonense por el que sentía veneración y admiración. Nuestra amistad era plena e indulgente. Descanse en paz.

Ahora me traslado temporalmente a una casa en lo alto de un monte, a 550 kilómetros de Madrid, en que lo imaginativo y lo fantástico es tan esencial como lo realista. Se encuentra en Cerro Gordo, un paraje natural abrupto entre el término costero de Almuñecar en Granada y Nerja en Málaga, elevado a unos 200 metros sobre el mar. Un observatorio natural de la ensenada de la Herradura y la Punta de la Mona, una larga lengua de tierra construida que en la distancia parece la silueta de un cocodrilo dormido, batido por las olas y erosionado por el viento. En lo más alto, el faro anuncia el peligro de los acantilados a los navegantes y en las noches oscuras se ve su resplandor entre las nubes que cubren el cielo. Cada mañana, al alba, me siento y permanezco inmóvil para mirar el mar. Las horas se hacen largas. La vista alcanza más allá del horizonte y llega al mundo de los sueños. A esa altura, el ruido de las olas sólo es perceptible en el silencio de la noche y cuando hay viento de poniente. Hay días en que su color azul intenso es embriagador. En las noches despejadas, la luz de la luna llena brilla y centellea creando una vía láctea sobre las aguas. Tengo la sensación de que aquí desaparece todo lo amargo e infausto de la semana. En la atmósfera más agobiante del verano sopla una brisa suave que sube desde el fondo del océano, desde el zócalo del monte. En pleno mar mediterráneo disfrutamos de un microclima tropical.

Es una zona privilegiada para el buceo y las actividades subacuáticas por la diversidad de acantilados y fondos marinos rocosos donde hay una gran riqueza de fauna y flora marina. Singulares peces con distintas formas y comportamientos. Las doncellas (Caris julis), el pavo o arco iris (Thalassama pava), las negritas (Chromis chromis) y otras múltiples especies. Góbidos, blénidos, crustáceos, cefalópodos, moluscos de especial protección como la caracola (Charania lampas) Destacan las anémonas verdes y doradas (Anemania sulcata y Candylactis aurantiaca), los tomates de mar (Actinia equina) y los ceriantos de extraordinaria belleza. Once clases de corales de un bello color naranja junto a las atractivas esponjas.

Aquí forjaré parte de lo que me quede de la vida. Pero como decía Kierkegaard: La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La Herradura es un lugar paradisiaco con un microclima especial donde se producen aguacates, mangos, chirimoyas, plátanos.

Al Caribe puedes venir en coche.

Todo muy poético pero te han faltado las cabras monteses.

Félix Martín